Recuerden la historia del corredor keniano Abel Mutai. Estaba a solo unos pasos de la meta cuando, por una confusión con los letreros, creyó que la carrera había terminado y se detuvo.
Detrás de él venía el español Iván Fernández, quien al notar lo que ocurría comenzó a gritarle para que siguiera corriendo.
Te recomendamos: Cómo mantener la calma ante los cambios de la vida
Pero Mutai no entendía español y permaneció quieto, confundido. Entonces, sin dudarlo,
Iván se acercó, lo empujó suavemente hacia adelante y le permitió cruzar la meta, regalándole así la victoria que él mismo podría haber reclamado.
Después de la competencia, los periodistas rodearon a Fernández con preguntas.
Querían saber por qué había hecho eso, por qué no había aprovechado la oportunidad de ganar.
Su respuesta fue sencilla pero profunda: “Sueño con un mundo donde las personas se apoyen unas a otras y se ayuden a alcanzar sus metas”.
Esa frase resonó más que cualquier trofeo, porque resumía un principio que parece olvidado: el valor de la integridad.
El periodista insistió: “¡Pero pudiste ganar tú!”. Iván contestó sin vacilar: “No, era su carrera. Él merecía cruzar la meta primero”.
Luego, ante la pregunta sobre la medalla y la fama, respondió con serenidad: “¿Y mi honor? ¿Qué diría mi madre de una victoria así?”.
Su gesto no solo mostró deportividad, sino también un tipo de grandeza que no se mide en segundos ni en podios, sino en el carácter de quien elige hacer lo correcto incluso cuando nadie lo exige.
Esa escena debería hacernos reflexionar. En un mundo donde muchos compiten sin importar las consecuencias, donde a veces se confunde éxito con ventaja, la historia de Iván Fernández recuerda que ganar no siempre significa vencer a los demás.
Significa mantenerse fiel a los propios valores, aún bajo presión.
Deberíamos pensar qué ejemplo queremos dar. Si enseñamos que todo vale con tal de triunfar, eso será lo que se repita.
Pero si enseñamos que ayudar al otro no nos quita mérito, sino que nos engrandece, entonces estaremos construyendo algo mucho más duradero.
Porque la verdadera victoria no está en llegar primero, sino en llegar con el corazón intacto.